Allí estaba Anne, sentada al lado de su ventana, con la
mirada perdida en el cielo gris y anhelando los momentos que deseaba pasar con
Marc, momentos que hacía días atrás había compartido y que poco a poco esos
recuerdos se quedaban en solo eso, recuerdos.
Lo echaba de menos, echaba de menos su sonrisa, la forma
graciosa que tenia al reírse, los hoyuelitos, en sus mejillas, sus ojos
marrones, el pelo desgreñado, la forma en que la abrazaba, las tonterías que
hacía para enfadarla, los brazos en que tantas veces se había quedado dormida…
recuerdos que se quedaran encerrados en su mente, momentos que se trasforman en
una leve y amarga sonrisa.
Es inevitable, por más que quiera resistirse, rompe a llorar, lo echaba tantísimo de menos…
Es inevitable, por más que quiera resistirse, rompe a llorar, lo echaba tantísimo de menos…
Se levantó, cogió su paraguas y salió a la calle para
despejarse, camuflar sus lágrimas con las gotas de lluvia y que de algún modo
se llevara su tristeza con ellas.
Anduvo sin rumbo, con la mirada fija en el suelo, hasta que vio una sucesión de baldosas que le eran dolorosamente familiar, no sabía si era por costumbre, por dolor, o por la simple esperanza de volver a verle, pero allí estaba, en la calle de Marc.
Levantó la cabeza con miedo y para su asombro lo vio allí sentado, en su portal, mirando al cielo.
Él se giró y la avió, la niña que tanto quería y tanto daño había hecho, aquella con la que podía reír y a la vez sentir el dolor más profundo, frágil, con los ojos llorosos, el paraguas en la mano a un lado, mirándole fijamente. Se levantó y fue hacia ella, la abrazó y ella soltó su paraguas para encadenarse con el cuerpo del joven, hundiendo su cara en su cuello y aspirando el olor de su perfume.
Anduvo sin rumbo, con la mirada fija en el suelo, hasta que vio una sucesión de baldosas que le eran dolorosamente familiar, no sabía si era por costumbre, por dolor, o por la simple esperanza de volver a verle, pero allí estaba, en la calle de Marc.
Levantó la cabeza con miedo y para su asombro lo vio allí sentado, en su portal, mirando al cielo.
Él se giró y la avió, la niña que tanto quería y tanto daño había hecho, aquella con la que podía reír y a la vez sentir el dolor más profundo, frágil, con los ojos llorosos, el paraguas en la mano a un lado, mirándole fijamente. Se levantó y fue hacia ella, la abrazó y ella soltó su paraguas para encadenarse con el cuerpo del joven, hundiendo su cara en su cuello y aspirando el olor de su perfume.
- No puedo seguir así, te quiero demasiado, muero si no estás, nada tiene sentido, eres la razón para seguir, mi primer pensamiento al despertar, el último al acostarme, no quiero que estés lejos de mi lado ni un segundo más, quédate conmigo por siempre- imploró el chico.
- Por siempre… - dijo ella abrazándolo más fuerte – por siempre es muy poco tiempo.